viernes, 10 de febrero de 2017

MI SECRETO ES MI CONDENA

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Capítulo 4

JULIA HABLA CON ÍKER

Julia, ya en casa, se encontró con su hijo.
—¿Estuviste hoy viendo a tu padre en la cárcel? —preguntó.
—Sí, mamá.
—¿Y qué tal?
—En fin, bien. Me habló del honor, del respeto que siente hacia ti, y que lo único que quiso fue protegerte.
La madre lo miró con los ojos muy abiertos.
—Dice que fue condenado por guardar tu secreto —añadió Íker.
—¿Mi secreto? ¿De qué secreto hablas, hijo?
—Mi padre no quiso llamarte para que declararas a su favor por no meterte en el juicio. No deseaba que tus padres tuvieran que pasar por el hecho de que su hija, siendo menor de edad, se hubiese acostado con un pre­sunto violador de adolescentes. Intentó mantenerte al margen para que la prensa no te siguiera y nadie te involu­crara en tan macabro asunto.
Julia no podía contener las lágrimas. Su amor de adolescencia se había sacrificado por ella, guardando un secreto que fue su condena.
—Dice que no mató a la joven y que si te hubieses detenido a mirar la autopsia de la chica, comprenderías que a la hora que la mataron aún estabais juntos, en el hotel de la carretera. Él no es el asesino y ha estado pa­gando una culpa que no era suya, solo por guardar las apariencias. ¿Sabes, mamá?, le odio.
—No debes odiarlo, él no sabía que tú nacerías, hijo. De haberlo sabido, me hubiese llamado, de eso estoy segura, y yo hubiese ido corriendo a declarar a su favor, y hoy estaríamos juntos.
—Mamá, es por eso por lo que me encuentro tan mal, siento mucha rabia. Su silencio te echó en los brazos de tu miserable marido.
—No hables así de él, por favor —reprochó a su hijo—. No puedo decir que sea bueno… pero, es el padre de tu hermana.
—Mi hermana es tan miserable como él. ¿Es que no te das cuenta de cómo te desprecia? Y eso que tú eres su madre, y aun así, nunca ha tenido palabras dulces para ti.
—Hijo, lo que pasa es que es rebelde y adolescente. Todavía no ha cumplido quince años. Pero es también hija mía y la quiero mucho; aunque a veces me haga sufrir, es sangre de mi sangre.
—Me parece que no. Toda la que tiene es de su padre. Noelia es tan amargada como él. Y tiene malas entrañas, mamá. Yo ya no puedo aguantar más tu angustia, lo único que haces es callar, resignándote a todo. Sufro mucho. Sufro por ti.
Julia abrazó a su hijo. Sabía que el joven tenía razón, pero ¿qué podía hacer? No podía tirar la toalla, nunca la tiraría por su hija, su única hija. Comprendía que la joven era áspera y agria, pero pensaba que era por la edad, por su adolescencia.
Sin decir nada, se apartó de su hijo y se fue a su cuarto, dejando al muchacho solo.
A Julia le dolía hasta el alma. Qué injusta había sido con Óscar, que simplemente pensó en protegerla. Se hu­biese vuelto loco solo con la idea de que la prensa sensacionalista fuese a por ella y le hicieran la vida imposible. Hubiese salido en los programas del corazón… Julia le daba vueltas al hecho de que, si al menos los medios lo hubieran fotografiado y ella lo hubiese visto, habría corrido a la policía y demostrado que aquella no­che, a la hora del asesinato, estaban juntos. Pero ningún periódico publicó una simple foto suya, ni salió tampoco en televisión. Nadie vio nunca el rostro del asesino de Laura.
Óscar le habría aportado serenidad, estabilidad a su vida. Si él hubiese sabido que ella le había dado un hijo, no hubiese aguantado cumplir esa condena.

Las gestiones del director de la prisión estaban dan-do su fruto. Óscar debía ser excarcelado de la forma más silenciosa posible. ¿Cómo? Debía prometerle que se iría a otro lugar; tenía la conformidad de los altos mandos peni-tenciarios, solo debía pensar cómo hacerlo. Necesitaba te-ner un plan convincente para que Óscar no se diera cuenta de que solo querían quitarlo de en medio.
Mirando por Internet encontró en Google la página de Médicos Sin Fronteras; ahí estaba su lugar, esa podía ser la solución. Lo convencería para que se fuera de vo-luntario con esa organización. Haría las gestiones nece-sarias, hablaría con quien tuviera que hablar y, cuando lo tuviese todo organizado, con sutileza le haría ver que den-tro de él había un gran médico. Y allí donde fuera ofre-cería sus servicios a la gente necesitada, se implicaría per-sonalmente en la causa.



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