El árbol y la luna llena
Sucedió
una noche oscura. Una fuerte tormenta bañaba aquel lugar, los árboles bailaban
al son de las gotas de agua contentos de tan maravillosa lluvia. El viento
soplaba fuerte arrastrando hojas caídas y tirando las ramas secas al suelo, una
semilla que volaba junto al viento fue a posarse en un claro del bosque.
Pasaron
unos meses y la semilla germinó, unas bellas hojitas nacieron y se alzaron
fuertemente buscando la luz del sol, poco a poco se fue haciendo un hermoso
árbol, de gran colorido que resplandecía entre todos los demás.
El resto
de los árboles empezaron a tenerle envidia pues este árbol era el más bello que
ellos y todos los animalillos se paraban para mirarlo. Los árboles no sabían
qué hacer para expulsarlo; uno de ellos, una encina centenaria tuvo la idea de
alargar sus raíces para quitarle el agua y los nutrientes y que así se muriera
de hambre y se secara. Pasados tres días el joven árbol seguía brillando, cosa
que la encina no comprendió.
—¿Cómo
haces para tomar el agua? —le preguntó al joven árbol.
—Pues
tengo una sola raíz, muy profunda, así puedo alcanzar toda el agua que quiera
sin quitarle el agua a los demás —contestó el joven.
Esto
enfureció más aún a los demás, pues aparte de bello era inteligente. Los
árboles se volvieron a reunir, esta vez habló el más viejo, un roble enfermo
que contaba los días para secarse.
—Tengo
una idea brillante —le dijo a los demás—, voy a llamar a los pájaros. ¡Pájaros,
venid aquí!
—¿Qué
deseas, gran roble? —le preguntaron los pájaros.
—Quiero
que vayáis a dormir al joven árbol, picarle sus ramas y tirar sus hojitas
—contestó el roble.
Los
pájaros obedecieron al instante y desde aquel día todos se mudaron al joven
árbol y empezaron a pisotearle las ramas, a picarles las hojas, pero el joven
árbol se hacía cada día más bello, los
pájaros extrañados le hablaron.
—¿Cómo es
que no sufres con nuestra presencia? —le preguntaron al árbol.
—Sufrir,
¿yo? Al contrario, agradezco vuestra ayuda, pues habéis venido en el momento
justo de quitarme la vieja corteza que impedía a la nueva nacer, ahora ya podré
seguir creciendo libre.
Meses más
tarde, los viejos árboles se reunieron, el pino comentó que de nada servían los ataques que estaban ideando, pues
el extranjero seguía allí, sin daño alguno, resistía los ataques de los
pájaros, de las hormigas, y de todos los insectos habidos y por haber en el
bosque. La vieja encina miró a todos sus compañeros.
—Me temo
que tendremos que aceptarlo y dejarlo en paz —dijo suspirando.
Había
pasado un año, y nuestro joven árbol ya era adulto. Era primavera, y el
sol iba calentando la tierra y el
bosque. A los pocos días del comienzo de la nueva estación llegó la primera
luna llena, nuestro bello árbol quiso abrir sus flores pero se dio cuenta de
que no había nadie como él para que se enamorara de ellas y así reproducirse.
—¡Qué
pena! —exclamó nuestro árbol.
El pobre
empezó a llorar y a lamentar la soledad que sentía sin nadie con quien poder
hablar y sintiendo el rechazo de todos los árboles del bosque. Cada noche
lloraba y lloraba, haciéndose más profundo el lamento en las noches de luna
llena, donde cantaba una bella y triste melodía. Los árboles del bosque,
sorprendidos, se reunieron y comentaron la nueva situación del bello árbol. Se
sintieron tan apenados que decidieron hacerse amigos de aquel árbol tan
extraño.
A medida
que pasaban los días, la tristeza de nuestro árbol se iba haciendo más grande y
ya no lucía con su esplendor, estaba lacio, con sus flores cerradas, pues no
había nadie que las mirara y las contemplara, sus ramas apuntaban hacia el
suelo y ligeramente lo rozaban lastimando los nuevos brotones, no quería ayuda
de nadie, se sentía sin valor ninguno y muy decepcionado, puesto que al no
tener compañero sus frutos no crecerían y no podría ofrecerlos a los
animalillos del bosque.
Los demás
árboles decidieron entonces ayudarlo de otra manera, el roble habló y les dijo
a los demás que conocía unos pajarillos migratorios, que los llamaría al día
siguiente.
Al llegar
la mañana el roble le preguntó a
aquellos pajarillos si conocían otro árbol como el que había en el bosque. Los
pájaros le dijeron sí.
—Allí en
el horizonte, detrás de las colinas hay un valle que está lleno de árboles como
él —dijo el pajarillo más grande.
Estos
pajarillos también le contaron al gran roble:
—Sí, esta
especie de árboles es muy especial, cuando llegaba la primavera abrían sus
flores y todos cantaban y bailaban una hermosa canción en las noches de luna
llena, es un espectáculo maravilloso observarlos, pues el valle se llena de un
colorido y de un perfume especial; además, sus frutos son deliciosos.
—¿Podéis
hacerme un favor? —preguntó el roble al escuchar esta historia.
—Sí
—contestaron los pajarillos.
—Ir allí
e intentar traer la semilla.
—¿Cómo lo
haremos, viejo roble?, pues sus frutos son grandes, no nos caben en el pico, y
las semillas son muy pequeñas.
—Podéis
comer de sus frutos y luego venir aquí y traerlas —dijo la encina.
—Buena
idea —contestaron los pájaros—, cuando el fruto esté maduro vendremos a traer
la semilla.
Se
aproximaba la luna llena, los árboles decidieron un plan, cuando el bello árbol
empezaran a cantar todos se cogerían de las ramas y bailarían alrededor de él.
La luna
llena llegó y el árbol empezó a cantar su triste melodía, todos como acordaron
se pusieron alrededor de él y movieron las ramas al son de la canción.
Un día no
muy lejano volvieron aquellos pájaros.
—Traigo
la semilla que me pedisteis, ¿dónde tengo que depositarla? —preguntó el
pajarillo más grande.
—Cerca de
él, pues estos árboles deben estar juntos para poder reproducirse y
acariciarse.
Como
mandó el roble, los pájaros pusieron la semilla cerca de él, y el árbol lo
contemplaba todo extrañado, ¿qué están haciendo?, se preguntaba para sí nuestro
árbol.
Días de
lluvia inundaron el bosque, todos los árboles cantaban dando gracias al cielo
por el agua, se acercaron al árbol y lo invitaron a bailar, pero nuestro árbol
seguía sumido en la tristeza y no los acompañó.
Pasó el
duro invierno y un sol cálido empezó a bañar el bosque y, entonces, como si de
un milagro se tratara, el árbol vio brotar cerca de sus pies una bella hojita.
—¡Oh!
¡Qué ven mis ojos, no lo puedo creer, ha nacido alguien como yo! —exclamó
alegre el bello árbol.
Y nuestro
árbol se sintió renovado, alzó sus grandes ramas al cielo y su color se volvió
intenso, dio gracias al cielo una y otra vez, agradecido por aquel hermoso
regalo. Aunque sabía que debía esperar un año para que el compañero fuera
adulto y poder reproducirse, no le importaba, estaba feliz, por fin tendría
alguien con quien hablar, alguien con quien reír.
Un día
llego al bosque una extraña figura, todos maravillados por la luz que
desprendía se quedaron mudos, no se atrevieron a decir nada, solo a mirar lo
que hacía. Este haz de luz se acercó a nuestro árbol y se retrepó suavemente en
el tronco, nuestro árbol estaba muy sorprendido pues no sabía qué era lo que
estaba sucediendo.
—¡Oh,
bello árbol!, tus plegarias han sido concedidas, soy un ángel del cielo que he
venido a transmitirte este mensaje: aquí tienes uno de tu especie, para que te
haga compañía, no estés más tiempo solo y luzcas como es debido —le dijo el
ángel al bello árbol.
—Gracias,
ángel del cielo, por tan estupendo regalo, no sé cómo agradecértelo.
—No, no
me lo agradezcas a mí, sino a estos árboles que tienes a tu alrededor.
—¿Cómo?,
si ellos no me quieren, me han despreciado desde el día que llegué.
—Sí, eso
es cierto, pero tus lamentos los enternecieron y decidieron ayudarte, así que
te pido que los perdones, pues ellos te quieren. Ah, mañana es luna llena
espero que la disfrutes.
—¡Por
supuesto! —exclamó alegre y feliz el árbol.
El ángel
se marchó y el bosque quedó de nuevo en silencio. Durante aquel día el árbol
estuvo pensando en las palabras del sabio ángel.