miércoles, 19 de agosto de 2015

MI SECRETO ES MI CONDENA

POEMA A JULIA:
MI SECRETO ES MI CONDENA

Mi sueño de amor,
Duró tan solo unas horas,
El destino se encargó,
De destrozarme la vida

Viví una noche de amor,
Bajo la luna y estrellas
Lloró de alegría mi corazón
Y al otro día de pena

Me han condenado
Ya estoy en la celda
Por guardar un secreto
Que es mi condena








Capítulo1

LA FIESTA DEL ALCALDE


Diciembre del 2010

Cada año por Navidad las empresas invitaban a sus empleados a un almuerzo o cena. Así celebraban las fiestas y daban por cerrado, simbólicamente, el año que estaba a punto de terminar. De esta manera tan peculiar, cada gremio pasaba por los principales restaurantes de la ciudad.
Una de esas reuniones la realizaba el alcalde en el Ayuntamiento. Entre los invitados se contaba con la presencia, entre otros, del jefe de policía y del director de la cárcel, la cual se encontraba a treinta kilómetros de la capital. A esa fiesta fue invitada una abogada llamada Julia Martín. Una mujer de unos treinta y siete años, y casada. Su marido era contable en una pequeña banca. Tenía una hija de él y un hijo de una relación anterior. Julia era una mujer alta y elegante, su piel era blanca y en su rostro se dibujaban unas finas arrugas. Y en su mirada se reflejaba una gran tristeza que ella intentaba disimular con una bella sonrisa. Ante el espejo, poniéndose un collar de delicadas perlas blancas, su marido le dijo, agrio como siempre:
—No sé por qué te habrán invitado a esta horrible fiesta de políticos. ¿Qué se te ha perdido a ti allí?
—Ignoro el motivo, pero creo que es de buena educación corresponder aceptándola. Como también lo sería, por tu parte, no mostrar tan a menudo ese mal genio, que es a lo que me tienes acostumbrada.
—Te has vestido como una diva con ese traje negro marcándote las curvas —expresó él malintencionada­mente—. ¿A quién quieres engañar? O mejor dicho, ¿a quién quieres gustar, para después tirártelo?
Julia no quiso caer en sus provocaciones. No era la primera vez que su marido la insultaba y, aquella noche, prefería no discutir. Tenía mucha curiosidad, por tan extraña invitación.

Cuando llegó al Ayuntamiento, vio que el cóctel ya se estaba sirviendo. La gente charlaba muy animada y los camareros pasaban bandejas llenas de apetitosos manjares. Uno de ellos, al pasar, les ofreció una copa, y ella cogió una de vino tinto, al igual que su marido. Las señoras lucían sus mejores galas y los hombres, traje y corbata. Julia al que mejor conocía era al comisario de policía. Este, al verla, se acercó, dándole las buenas noches.
—Julia, gracias por venir —dijo besándola en las mejillas y se dirigió al marido, ofreciéndole la mano a modo de saludo—: Perdone, no le importa si le robo a su mujer un momento, ¿verdad?

El marido de Julia negó con la cabeza y ella acompañó al comisario.

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