martes, 25 de agosto de 2015

PRIMER RELATO




Evelyn no sabía qué hacer, se sentía abochornada. Aquellas palabras hicieron que su cuerpo se caldeara. Él se volvió y la miró quitándole la gorra.
―Tú te pareces a ella. Sí, tienes un cierto parecido, pero yo diría que eres más bella, al menos no tienes tanto maquillaje.
―Yo, señor, creo que soy mucho más mayor.
Se inclinó para ver mejor la imagen de la pantalla, y, sin saber cómo sucedió, estaba acorralada contra la mesa y su jefe le desabrochaba la blusa.
Su corazón comenzó a latir a mil por hora, ¿qué debería hacer ella?, ¿salir corriendo y dejarlo? De todas maneras, a la mañana siguiente estaría despedida. Por su cabeza se cruzaban mil ideas, y ante lo que menos esperaba, se quedó paralizada; su jefe ya tenía sus pechos

lunes, 24 de agosto de 2015

EL LOBO GRIS HERIDO

EL LOBO GRIS

HERIDO

Lo despertó un fuerte golpe, abrió los ojos y miró hacia arriba, viendo el zarzal. Todavía no se había dado cuenta de lo débil que estaba. Se fue soltando hasta caer por su propio peso. Mucho más delgado, se puso de pie, aunque casi no podía pues las fuerzas le fallaban.
Tenía mucha hambre, pero ahora sin fuerzas no podría cazar. Se metió entre los árboles con paso lento, donde podría encontrar algo de comer para recuperar fuerzas. Mirando, oliendo, a lo lejos vio a una liebre de las nieves. Se preguntó cómo haría para cazarla, pues no podía correr: “Con lo rápida que es la liebre y yo sin fuerzas”. Fue acercándose con sigilo. Sorprendentemente, la liebre, cuando vio al lobo, exclamó: “¡Gracias a dios! Mi sufrimiento se acaba”. Estaba herida, ya que un cazador le había disparado unos días antes; tenía el costado destrozado y no podía mover sus patas. Sin poder caminar, se había quedado a merced del tiempo, sin esperanza para su vida. Cuando el lobo se acercó a la liebre, le dijo: “Siento comerte, pero necesito alimento”. La liebre le contestó: “No te detengas, te doy las gracias y ten cuidado porque por esta zona hay muchos cazadores que no respetan nada en este bosque”.
El lobo se comió a la moribunda liebre y de esta manera recuperó sus fuerzas. Ahora debía pensar dónde estaba su manada y cómo podía pasar la noche. Buscó un lugar entre dos rocas que formaban una especie de cueva, donde se ocultó para reponerse y descansar. Por la mañana tenía que correr para alcanzar a la manada, antes de llegar a las tierras del norte. No sabía bien dónde estaba, pero su instinto lo guiaría y de esa manera se reuniría con su familia y su amiga loba, con las que tanto había jugado.
Aquella noche, mientras el lobo dormía, la Luna iluminaba el cielo. Volvió a visitar al joven lobo, pero no lo vio en el zarzal. Se puso muy contenta, ya que ahora el lobo gris era libre y tendría tiempo de verlo en las tierras del norte. La Luna comenzó a cantar de alegría, una melodía de luz que llevaba el viento. Este corría y corría, surcando las colinas hasta llegar a las tierras donde estaba la manada. El jefe lobo escuchó las noticias y se lo comunicó a los demás: “Nuestro joven amigo ha podido liberarse y pronto llegará con nosotros. Debemos prepararle una buena bienvenida”. La manada se alegró mucho y caminó más despacio para que el joven le pudiera dar alcance.
A la mañana siguiente, el sol aparecía por el horizonte y el lobo ya había recuperado toda su fuerza. Ahora estaba preparado para emprender la marcha; voló como el viento entre los árboles, entre los arroyuelos que discurrían por las laderas, y no paró de correr. Era joven, fuerte, estaba en plenitud de su fortaleza, más que correr, volaba y, a la noche, por fin, divisó a la manada. Una joven lobezna, su amiga, salió a su encuentro y le dio la bienvenida de nuevo a su familia: “Pensé que ya no te volvería a ver”.

viernes, 21 de agosto de 2015

EL LOBO GRIS HERIDO

EL LOBO GRIS
HERIDO

Cuando los rayos de sol se perdieron en el horizonte, llegó la oscuridad. La soledad era muy dura; nadie le hacía compañía. La Luna salió rápidamente de detrás de las montañas. Ella lo acompañaba y lloraba su agonía; él la observaba, viendo cómo la Luna, su amada, su amiga, sollozaba.
Aquella noche le cantó una nana y el lobo se fue quedando dormido. Le fallaron las fuerzas, pues la falta de comida le estaba debilitando. El lobo soñó y, en su ilusión, volaba como un águila real, surcando el cielo. Mientras soñaba se encontró con un pájaro que le preguntó quién era; tenía que ser una fantasía porque un lobo volar no podía.
El lobo, sonriendo, fue a posarse entre margaritas y una mariposa, que le veía como una extraña criatura con ojos que parecían el día, le preguntó que de dónde venía. Él la mandó callar pues no era más que una pequeña mariposilla, a lo que ella exclamó: “¡Sí, pero soy bella como la flores que pisas!”. El lobo se disculpó, apartándose de las florecillas: “¡Oh, Perdón! Soy un lobo volador con gran maestría, el rey de la colina, donde puedo hablar con la Luna. Ella me ha dado el poder de volar cada día, puedo ver las águilas en el cielo, puedo ir con ellas”. La mariposa no se lo creía: “Anda, vete de aquí con esa fantasía”. El lobo quiso volar pero no podía.
Lo despertó un fuerte golpe, abrió los ojos y miró hacia arriba, viendo el zarzal. Todavía no se había dado cuenta de lo débil que estaba. Se fue soltando hasta caer por su propio peso. Mucho más delgado, se puso de pie, aunque casi no podía pues las fuerzas le fallaban.
Tenía mucha hambre, pero ahora sin fuerzas no podría cazar. Se metió entre los árboles con paso lento, donde podría encontrar algo de comer para recuperar fuerzas. Mirando, oliendo, a lo lejos vio a una liebre de las nieves. Se preguntó cómo haría 

jueves, 20 de agosto de 2015

EL LOBO GRIS HERIDO



EL LOBO GRIS
HERIDO

En las frías estepas de un lugar olvidado, donde a lo lejos se divisan unas cadenas montañosas nevadas, una manada de lobos grises camina agrupada por esa llanura desoladora, confundiéndose con la nieve.
El lobo alfa  es el rey de la manada. El gran lobo de cabellera gris mira al cielo en la noche de su desesperanza; en el horizonte, los últimos rayos de sol forman unas finas nubes de fuego, dando paso a una oscura noche.
Sus patas se hunden en la nieve. La manada va adentrándose en un bosque amigo. Los árboles, como centinelas en el tiempo, le dan la bienvenida. Los lobos se resguardan del viento y cuando la Luna está en lo más alto, en todo su esplendor, los aullidos de los lobos suenan como un lamento en la fría noche, como melodías de otros tiempos.
Por la mañana, la manada ya despierta, está dispuesta para su partida, pero un inconsciente y joven lobo, muy nervioso por descubrir cosas nuevas, se acercó a unas rocas y antes de darse cuenta, cayó a un zarzal quedando aprisionado entre las espinas. Cuanto más se movía, más preso quedaba.
El jefe de la manada dijo: “Eso pasa por no respetar las normas. Vámonos”. La madre del joven lobo replicó, diciendo: “No podemos dejarlo aquí solo”, pero el lobo Alfa no cedió: “No podemos hacer nada por él y no podemos esperar. Debemos seguir hacia delante, pues las tierras del norte nos esperan”.
Los lobos, aullando, se alejaron del aquel lugar, dejando solo al joven lobo, entristecido viendo cómo se alejaban. El joven intentó escapar, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. Allí estaba el temido lobo de las praderas en un zarzal. Las espinas se le clavaban como alfileres y la sangre que de sus patas brotaba, manchó la nieve blanca de un rojo intenso.
Aquella noche, la Luna lo iluminó con su suave luz, que lo bañó de amor. Veía, allí abajo, entre las piedras y zarzas, a un lobo herido y le hizo compañía. La Luna lloraba, sentía el dolor de sus heridas y le cantó una suave melodía.
Llegó el día siguiente, el lobo seguía apresado. El dolor era intenso y no se podía mover. Su curiosidad le había llevado hasta las piedras de un pequeño montículo, cayendo a aquel lugar de zarza y espina. Apresado, lloraba de rabia, lamentándose continuamente de su mala suerte. Cuando los rayos


miércoles, 19 de agosto de 2015

MI SECRETO ES MI CONDENA

POEMA A JULIA:
MI SECRETO ES MI CONDENA

Mi sueño de amor,
Duró tan solo unas horas,
El destino se encargó,
De destrozarme la vida

Viví una noche de amor,
Bajo la luna y estrellas
Lloró de alegría mi corazón
Y al otro día de pena

Me han condenado
Ya estoy en la celda
Por guardar un secreto
Que es mi condena








Capítulo1

LA FIESTA DEL ALCALDE


Diciembre del 2010

Cada año por Navidad las empresas invitaban a sus empleados a un almuerzo o cena. Así celebraban las fiestas y daban por cerrado, simbólicamente, el año que estaba a punto de terminar. De esta manera tan peculiar, cada gremio pasaba por los principales restaurantes de la ciudad.
Una de esas reuniones la realizaba el alcalde en el Ayuntamiento. Entre los invitados se contaba con la presencia, entre otros, del jefe de policía y del director de la cárcel, la cual se encontraba a treinta kilómetros de la capital. A esa fiesta fue invitada una abogada llamada Julia Martín. Una mujer de unos treinta y siete años, y casada. Su marido era contable en una pequeña banca. Tenía una hija de él y un hijo de una relación anterior. Julia era una mujer alta y elegante, su piel era blanca y en su rostro se dibujaban unas finas arrugas. Y en su mirada se reflejaba una gran tristeza que ella intentaba disimular con una bella sonrisa. Ante el espejo, poniéndose un collar de delicadas perlas blancas, su marido le dijo, agrio como siempre:
—No sé por qué te habrán invitado a esta horrible fiesta de políticos. ¿Qué se te ha perdido a ti allí?
—Ignoro el motivo, pero creo que es de buena educación corresponder aceptándola. Como también lo sería, por tu parte, no mostrar tan a menudo ese mal genio, que es a lo que me tienes acostumbrada.
—Te has vestido como una diva con ese traje negro marcándote las curvas —expresó él malintencionada­mente—. ¿A quién quieres engañar? O mejor dicho, ¿a quién quieres gustar, para después tirártelo?
Julia no quiso caer en sus provocaciones. No era la primera vez que su marido la insultaba y, aquella noche, prefería no discutir. Tenía mucha curiosidad, por tan extraña invitación.

Cuando llegó al Ayuntamiento, vio que el cóctel ya se estaba sirviendo. La gente charlaba muy animada y los camareros pasaban bandejas llenas de apetitosos manjares. Uno de ellos, al pasar, les ofreció una copa, y ella cogió una de vino tinto, al igual que su marido. Las señoras lucían sus mejores galas y los hombres, traje y corbata. Julia al que mejor conocía era al comisario de policía. Este, al verla, se acercó, dándole las buenas noches.
—Julia, gracias por venir —dijo besándola en las mejillas y se dirigió al marido, ofreciéndole la mano a modo de saludo—: Perdone, no le importa si le robo a su mujer un momento, ¿verdad?

El marido de Julia negó con la cabeza y ella acompañó al comisario.

ASÍ COMIENZA EL PRIMER RELATO


Evelyn salió de trabajar cuando el sol aún no había hecho su aparición. El turno de noche era para ella cruel. Estaba en inferioridad de condiciones con respecto a sus compañeros; como no tenía hijos, ese horario recaía sobre ella.
Evelyn era guardia de seguridad de una empresa multinacional.
Se encontraba un poco aburrida de la vida y de su rutina; ahora llegaría a su casa, como cada día, y su chico le echaría un polvo rápido antes de irse a trabajar, dejándola insatisfecha como lo hacía siempre. Y ya llevaban siete meses viviendo juntos.
Hacía seis meses que estaba en aquel nuevo empleo y a él parecía que no le importaba mucho. Llevaba días reflexionando sobre su trabajo, preguntándose si merecía la pena, pero decidió no analizar más su situación, y seguir con su vida tan monótona como siempre.
Evelyn tenía el cabello castaño claro y sus ojos de igual color. Era una mujer elegante, delicada y poseía una serenidad que contagiaba, a pesar de ser guardia de seguridad y pasarse las horas haciendo deporte.
Una noche que hacía su ronda, eran cerca de las dos de la madrugada y ya había revisado las afueras de la empresa, así que decidió entrar en el edificio; echaría un vistazo dentro por si algún empleado se había dejado alguna luz encendida o puertas que se habían quedado abiertas. Se fijó en que había claridad en un despacho.
―¡Mierda, es el del mandamás! ―dijo para sí mientras se acercaba a la puerta―. ¿Cómo puede haberse quedado hasta estas horas trabajando?
Ella no conocía al jefe aunque suponía que sería un hombre mayor, de ahí que no pudiese evitar su sorpresa al verle: tendría unos 40 años, bien cuidado, de cuerpo fuerte, pelo negro, y guapo, muy guapo e interesante. Estaba sentado delante de su ordenador, abstraído en algo, y ella, con los nudillos, llamó y le saludó:
―Buenas noches, señor. ―El hombre levantó la cabeza y miró a la joven de arriba abajo, desnudándola con los ojos.
―Buenas noches. Me marchaba ya.
―Es tarde, si quiere irse, yo apago las luces. No se preocupe.
Tras echaba los estores de la ventana, al volverse, vio en el ordenador a una joven preciosa, y él le dijo, mostrándole la imagen:
―Es una modelo que ha saltado a la fama recientemente.
Evelyn, inocente, le respondió:
―Es muy bella, y creo que muy joven.
Él, sin pelos en la lengua, contestó:
―Muy joven y que ya se ha follado a más de uno.
Aquellas palabras ruborizaron a la chica, sin embargo, 

viernes, 7 de agosto de 2015

SEGUNDO RELATO


Así comienza el segundo relato 

Eloísa Román era una joven de unos 28 años. Se dedicaba a la moda; era asesora y coordinaba los desfiles con las pasarelas supervisando las nuevas colecciones. Se pasaba la vida entre Madrid y Barcelona, no tenía tiempo para el amor ni tenía pareja.
Su cabello era corto y rubio, tipo Marilyn Monroe, ligeramente ondulado. Su luz la hacía parecer mayor de lo que era. Su mirada era profunda y el color de sus ojos, gris plata. Inconfundible. Sus labios, carnosos y sensuales; su cuerpo, delgado, con pechos firmes y de caderas bien pronunciadas.
Una perfecta guitarra.
Era 15 de julio y hacía tanto calor que  no se recordaba un mes de julio tan horrible como aquel en los últimos años.
Eloísa ya tenía sus deseadas vacaciones. Llevaba demasiado tiempo sin descansar y disponía de quinces días para ella. Este año estaba muy estresada por el gran volumen de trabajo que había tenido.
Para su descanso había elegido un apartamento precioso en primera línea de playa. Anhelaba tomar el sol y tenderse en la arena y por la noche, cuando se quedase dormida, escuchar el vaivén de las olas al romper contra la arena.
Su primera noche allí llegó tarde y solo pensó en descansar, lo necesitaba. Era la hora de irse a la cama, de modo que fue al servicio y se preparó para pasar la primera velada en su retiro. El servicio no era grande y poseía un espejo viejo y un lavabo con muchos usos, demasiados; miró su reflejo y solo vio cansancio. Peinó su cabello y, sin más, se fue a la cama, en la que se quedó dormida nada más caer.
Se levantó tarde a la mañana siguiente. Había dormido mucho, por lo que se puso un biquini azul cielo, se colocó un pareo de flores azules y rosas, y se encaminó a la playa donde, nada más llegas, tendió su toalla y se sentó en ella. Se echó el factor de protección potente que había comprado. Impregnó su cuerpo de aquel líquido brillante, se puso sus gafas oscuras y miró a su alrededor; no era una playa muy concurrida, había algunas familias con sus niños, pero precisamente delante de ella contempló a dos jóvenes. Uno tendría los treinta años y el